—Muy extraño... —expresó—: no piden a los telespectadores que transfieran donativos a organizaciones humanitarias por los siniestrados. Debe de ser porque Japón es un país industrializado y rico, de modo que no necesita la ayuda de otras naciones y por consiguiente no la pide. Por supuesto, hay ayuda técnica para rescatar a los supervivientes y equipos de salvamento mandados del extranjero. Pero es el gobierno japonés que cuida de abastecer a los damnificados.
El anciano telespectador recordó que hacía solo un año, cuando un seísmo terrible había golpeado a Haití, las organizaciones humanitarias habían pedido ayuda financiera durante semanas e igualmente después del tsunami devastador en Indonesia en 2004.
Y cada vez había transferido un poco de dinero según su posibilidad. ¿Por qué lo había hecho? ¿Por qué se había sentido obligado a ayudar a la gente en la miseria? Ciertamente era su sentido de solidaridad y simpatía, pero sin duda, había algo más.
Era porque se acordaba claramente de la miseria en la que vivió en su infancia en Alemania durante la Guerra Mundial, entonces contaba con diez años de edad. Pero los peores años de su vida, los había experimentado después de la guerra cuando todas las ciudades alemanas estaban en ruinas.
No había ni alimentos, ni ropa, ni carbón para protegerse contra el frío y mucha gente carecía de trabajo y de hogar.
En los tres años que siguieron al fin de la guerra, la vida fue muy dura para toda la población; muchos dependían de la ayuda de sus parientes emigrados a los Estados Unidos, quienes mandaban Care packages con alimentos y también con ropa.
El anciano se acordaba de que toda la gente en su vecindad parecía tener parientes en los Estados Unidos que enviaban Care Packages, reduciendo sus necesidades. Pero él y su familia no conocían a nadie en ese país de opulencia.